miércoles, 11 de febrero de 2009

Cuando la búsqueda transmuta la realidad



Esther lleva cuatro días sin pegar ojo, y Alberto, que comparte su almohada, tiene el desvelo haciéndole un nudo en el estómago. ¿Cómo ha podido suceder, cuándo, en qué momento, perdió la carpeta con aquellos valiosos dibujos? Esther está preparando la comida, alguien llama a la puerta. Dos muchachos jóvenes aseguran tener uno de los tres dibujos que, según decía en su anuncio, había perdido. Pero ella lo mira un momento, y decide que no es el que había perdido. Esa noche había dejado de llorar de impotencia. Esa noche había conseguido dormir. Por primera vez, en semanas, no había pensado en los dichosos dibujos. Contrariados, los muchachos se marchan, bajando los escalones de dos en dos.

Mr. Thomas regenta una pequeña tienda de antigüedades en la ciudad de Londres. Sócrates, su joven ayudante, es demasiado patoso para tan cuidadoso oficio, pero Mr. Tomas no es capaz de echarlo de su lado. A Mr. Thomas no le suele gustar la gente, prefiere no verse en la tesitura de tener que buscar a otro ayudante en el que confiar. Mr. Thomas a veces piensa en Sara, sobretodo cuando la lluvia golpea los cristales del escaparate, y mujeres altas y delgadas danzan bajo la lluvia refugiadas en paraguas que parecen cuervos acechantes. Cuando el repiqueteo en su cabeza es demasiado doloroso, rápidamente se escolta en la facturación del mes, y poco a poco el rostro se borra del cristal de su memoria. Una mañana creyó que sus recuerdos le jugaban una mala pasada, pues vio claramente a Sara entrar en su pequeña tienda de antigüedades. Ha de aceptar que no se trata de un sueño cuando ella no le llama Mr. Thomas, sino David. Sara ha soñado muchas veces con ese momento, pero a Mr. Thomas no le gusta la lluvia, y está deseando que ella se marche. Sara sonríe. El medallón que cuelga en su cuello, de repente, no brilla tanto. Hasta siempre, David.

Donatello tiene nombre de poeta. Pero eso no está bien, no, es casi una enfermedad. ¿Esos desvelos, cuando el frenesí por rellenar páginas y páginas de anhelos le aborda en mitad de la noche? Pero Donatello no sabe sino sufrir porque le requisen los cuadernos y los útiles de escritura, y recitar con los pájaros la poesía que palpita en sus labios. Años más tarde, con las palmas de sus manos llenas de versos que le sangran de belleza inadvertida, sabrá explicar, a los enemigos de la palabra escrita, ¿qué es poesía?

Estos tres personajes me cautivaron, hace al menos un año, cuando intentaba sacar a relucir en mi trabajo sobre literatura el por qué: por qué sufrían, negaban, lloraban en silencio, y cuál era el origen de tamaña tragedia. El trabajo se tituló como lo que hoy da nombre a este artículo: Cuando la búsqueda transmuta la realidad*. Estos tres personajes son víctimas de una obsesión que les consume la vida, es la obsesión del que busca algo que no llega, que nunca llega, la tragedia del que gasta sus fuerzas en urdir la trama de la fórmula que le catapultará directo hacia el éxito. Y cuando, por fin, llegan al final del camino, descubren que erraron en algún cálculo, o que no era exactamente como lo habían imaginado. Y si algo así no es perfecto, de hecho, es un jodido desastre. Así que no les queda otra que recoger sus cosas y, con una mano delante y otra detrás, marcharse a inventarse otra forma de vivir sus vidas.

Esta es la verdadera tragedia del ser humano, señores. Primero, que la vida sea tan corta, y segundo, que descubramos, demasiado tarde, que la hemos malgastado creyendo que nuestros sacrificios eran inversiones. Porque como alguien más importante que tu y que yo y que el que lea después de nosotros esto dijo una vez: al final, en el techo de la existencia humana, no hay nada*.

*Los relatos que se citan están sacados de “Antiguo y Mate” (Dionisia García)

* “man has de duty of facing the human condition as a recognition that at the roof of our being there is nothingness” (Jean Paul Sartre)


miércoles, 4 de febrero de 2009

Volar



Miro a la izquierda, a la derecha, y contemplo rostros sedientos de libertad, hartos de palabras, plagados de orgullo... Sí, queréis volar, pero no lo intentáis. Como tontos, agitamos las alas con intención de despegar del suelo, “lo hemos visto en la tele”. Tan panchos, tan contentos, tan idiotas. El ave no vuela por tener alas, ni el avión, ni el trozo de papel trucado. No.

Entonces, ¿por qué? Por el impulso.

Ese toquecito, esa patada en los cuartos traseros, ese lanzar hacia arriba... las ideas. Sí, esa chispa, esa bomba que explota. Las ideas son el impulso que necesitamos para ser libres.

Todos queréis volar, pero ninguno sabe cómo, y todos os creéis libres:

“Hago lo que quiero, visto como quiero, veo lo que quiero, follo como quiero, pienso como quiero...”, y un largo etcétera de mentiras y calumnias.

¿Haces lo que quieres? Probablemente te preguntaré acerca de tu moral y demás, y qué casualidad, te parecerás en gran medida a la generación que te rodea.

¿Vistes como quieres? Dime qué escuchas, y te diré quien eres.

¿Ves lo que quieres? Te plantas delante del televisor a ver los mismos programas que todo el mundo, las mismas páginas que todos, las mismas gilipolleces.

¿Follas como quieres? Creído de mierda...

¿Piensas como quieras? Aquí, mejor, no comento nada, paso de hacer esfuerzos inútiles.

¿Qué podemos sacar de bueno de todo esto? ¿De toda esta sociedad? Pues, antiguamente, se decía “es como debe ser”. Todavía existen esos gilipollas propagando tales estupideces. Ya morirán, dejad pasar el tiempo. Yo quiero centrarme en ese relámpago entre oscuridad, nimio, tibio, pero certero.

Veo los dedos desnudos de una generación rozando los muros de ideales, intentando contemplar lo del otro lado, intentando llegar al otro extremo a través de sus alas, a través de sus gritos. Pero entonces, cometen un error: Miran a los lados. ¡Nefasto error! A los lados puede haber estúpidos, trozos de carne, cuyo único sentido sea el de decorar a su antojo la pared. Entonces quedaremos contaminados por ellos (nos guste o no, lo creamos o no), y se nos olvidará que el sentido de evolucionar no es llegar al otro lado, sino escalar, colocar los pies como podamos, impulsarnos, y...

Volar.