sábado, 7 de marzo de 2009

Fíjate


“Vas a la universidad con los cascos puestos y no te das ni cuenta de lo que pasa…”.

Mi padre tenía razón cuando me decía hace unos minutos esta frase mientras acabábamos de comer. A lo mejor se cree que me ha dado la paliza o que estoy enfadada con él por banalizar mi magnífico tren de vida de diecinueve añera sin problemas, pero todo lo contrario. Él tiene razón en esto, lo admito y me avergüenzo de ello.

Todo el tema ha surgido porque le he hecho partícipe de algo que me rondaba por la cabeza, que me suele rondar con frecuencia, y es la idea de implicarse socialmente con los verdaderos problemas de la sociedad. Es verdad que organizar manifestaciones o fiestas para la universidad me parece echar energías en saco roto, anillar pájaros no acabó de seducirme y dar clase a niños con problemas en casa interfirió con mi propia educación, que cada vez se vuelve una amante más exigente. Pero, al final, comienzo un montón de cosas que nuca acabo, y se me viene a la cabeza un magnífico artículo que leí hace un tiempo sobre los “cadáveres de ilusiones que arrastramos a nuestras espaldas”, una de las mayores tragedias del joven de a pie, pues en esta pequeña ciudad que es Murcia no te falta el apoyo, ni mucho menos, para convertirte en lo que quieras, para culturizarte hasta que rezumes poesía y pintura impresionista, para enrolarte en Médicos sin Fronteras o participar en comedores comunitarios, o si quieres puedes convertirte en una leyenda de las noches de desfase, vivir la vida intensamente a costa de papá y de vez en cuando dejarte ver en las manifestaciones estudiantiles. Qué chic. Esto último me parece bastante superficial, y lo siento porque es, en último término, en lo que nos acabamos convirtiendo los culturetas de turno, en gafapastas encaramados tras una superchachi taza de té en Ítaca, diciendo: “qué tedio todo…”, marcando el compás con el pie de “diecinueve días y quinientas noches” ( a ver si hay suerte y nos ponen otra, que esto parece kissfm) y quejándonos, seguramente, porque un profesor nos va a pedir unas horas más de clase para asistir a unas charlas que son un auténtico regalo para aquel al que realmente le interese lo que estudia, pero claro, tu te quejas, porque preferirías estar en tu casa viendo cameracafé y tres horas de clase al día ya son terriblemente pesadas, a ver si convenzo a este y nos vamos a hacer el perro.

Así y todo, pasan los días y no haces absolutamente nada, y por no hacer ni siquiera te miras al espejo ni te das cuenta de que estás perdiendo de la forma más horrible los mejores años de tu vida, de una vida privilegiada con la que millones de niños solo pueden soñar.

Supongo que explotar de esta forma también es algo hipócrita y que no sirve de nada. Bueno, no se si os ha servido de algo, pero a mí que me pongan en mi sitio si me ha servido para tomar tierra y pensar en hacer algo más, porque se puede.

Aunque bien lo sabéis vosotros. La paliza siempre es opcional.


1 comentario:

  1. Ajúm. He de decir que en parte he recibido una lección por el contenido de su post, y eso me gusta.
    Queremos libertad, y falta de responsabilidad. Creemos que haciendo menos el día de mañana será mejor. O, matizo: creemos que el día de mañana no existe, que es una furcia mentirosa, que moriremos en medio de una de las tascas de nuestra ciudad, y que nadie, absolutamente nadie, se acordará de nosotros ni nos escribirá una crónica de nuestra vida. En parte, yo me quejo de las horas extras no por tener que ir (que hay algunas conferencias muy interesantes, seamos sinceros), sino porque no me apetece hincharle el orgullo al señor Polo, y que diga después "uy, no esperaba a tanta gente".
    En cuanto a lo de las manifestaciones, en ocasiones ciertas asambleas luchan contra un enemigo común, pero dentro hay una lucha constante de poder (a pesar de estar lleno de comunistas, qué extraño es esto), y muchos trabajan, pero nunca lo suficiente. Lo digo por la experiencia: Un asamblearista empieza a quejarse cuando no a puesto ni el primer cartel.
    Quiero decir, que lo que no podemos hacer es decir "qué perro es el mundo", y quedarnos en casa con los brazos cruzados. Subamos al maldito trono tras haber superado con una puntuación A++ todos nuestros problemas, dejemos de aprovecharnos y autofelarnos, y después, sólo después, empecemos a quejarnos.
    De mientras muramos intentandolo.

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